11 de septiembre de 2025
Frente a Alberdi y frente a Urquiza: la estrategia política de Sarmiento tras la caída de Rosas

El historiador Natalio Botana repasó las ideas y conflictos del sanjuanino en un libro que ahora se reedita con agregados y nuevas imágenes

Cuando la legislatura de Buenos Aires rechazó el Pacto de San Nicolás en junio de 1852, el territorio argentino quedó de nuevo fracturado. Caseros no fue en este sentido prolegómeno de un consenso asegurado por el interior y Buenos Aires, sino preámbulo de otra guerra civil. Este conflicto, jalonado durante nueve años por bloqueos y batallas, tuvo sin embargo un ingrediente desconocido en períodos anteriores porque dio cauce a un proceso constituyente. La contienda armada, dominante en el país durante más de treinta años, cambió pues de sentido. Entre 1853, en que se dictó la Constitución nacional en Santa Fe, y 1860, en que Mitre como gobernador de Buenos Aires juró esa ley fundamental reformada por una convención representativa de todas las provincias, se desenvolvió una etapa caracterizada por el afán de predominio de los sectores involucrados y por las polémicas que buscaban discernir el significado y legitimidad de ese proyecto constitucional.
Sarmiento entró de lleno en este debate desde Chile enfrentando a su camarada de exilio Juan Bautista Alberdi. Juntos desataron sus pasiones en una controversia que sumó argumentos, publicaciones e invectivas. Alberdi respondió a la disidencia de Sarmiento con el régimen urquicista -expuesta en Campaña en el Ejército Grande en un folleto titulado Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina (llamadas también, por el lugar desde donde fueron escritas Cartas quillotanas). Sarmiento replicó con Las ciento y una y Alberdi a su vez con Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la República Argentina. Posteriormente, ya sancionada la Constitución de 1853, Sarmiento dio a conocer los Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina, que resumían con más serenidad las razones difundidas en ese acalorado debate.Esta perspectiva delineó un programa constitucional basa- do en un trasplante liso y llano de la jurisprudencia norteamericana. Como escribió en los Comentarios de la Constitución..., “la práctica norteamericana [debía ser] regla, y las decisiones de sus tribunales federales antecedentes y norma de los nuestros >El federalismo más puro, según la vertiente de la teoría constitucional desarrollada en los Estados Unidos, ocupaba entonces el primer lugar en la agenda pública frente al modelo de unificación del poder en torno a los presidentes y gobernadores que recomendaba Alberdi. Ante tanto espesor tradicionalista, típico de la visión política de Alberdi en aquellos años (y no de su pensamiento económico y social, sin duda más progresista), Sarmiento parecía ubicarse fuera de la historia, en un estadio intermedio entre la imitación y la utopía.
Al año siguiente, en 1854, Sarmiento fue electo diputado a la legislatura del Estado de Buenos Aires (tal la denominación que se había dado la provincia separada en una constitución dictada ese mismo año) y rechazó la designación de diputado por Tucumán en el Congreso con asiento en Paraná. Intentó entrar al país por San Juan y por fin, en 1855, pudo regresar a Buenos Aires por Mendoza y Santa Fe.
La decisión fue terminante: Sarmiento tomó partido en guerra civil al lado de Mitre. Llegó por segunda vez a un Buenos Aires, según él, mucho más igualitario y abierto que Santiago de Chile, tomó posesión de la ciudad y descubrió en el delta del Paraná un paisaje que invadió su imaginación, nacida en tierra seca, con verde y con agua. En aquellos años, la política de Buenos Aires, dueña de los recursos fiscales de la aduana y de un Banco emisor, se desplegó en una atmósfera de incipiente republicanismo. El lenguaje republicano, cuyo rastro era también visible en la etapa rosista, impregnó con nuevos bríos la retórica y los discursos; la prensa escrita sirvió de vehículo para exponer argumentos y organizar facciones de diverso linaje. Ese teatro en cierto modo contradictorio, entre belicoso y pacífico, a mitad aventurero y a mitad constructivo, ofreció a Sarmiento una escenografía adecuada para hacer valer su presencia.En medio de esta actividad, Sarmiento siguió calibrando un estilo que ya había puesto a prueba durante su experiencia en Chile. A la pasión polémica que lo arrastraba a participar en cuanto enfrentamiento periodístico se presentaba, sumó un agudo sentido político para transar y pactar coaliciones circunstanciales. Usó con tal propósito al periodismo y a las funciones en el gobierno o en la legislatura, pero reorientó esos recursos políticos hacia metas más progresistas que las que había entrevisto en la república portaliana. Con este horizonte en mira, Sarmiento defendió la ciudadanía en el plano institucional, la educación pública en el orden cultural y la transformación agraria en el campo social.
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