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28 de enero de 2025

Tiene 97 años y fundó un grupo de personas longevas para compartir vivencias y resignificar la vejez: así nació “Noventa y contando”

El grupo de nonagenarios y nonagenarias que se reúne quincenalmente es un éxito en las redes y tiene su propio podcast

>“Hola, mi nombre es Alberto, soy un médico de 97 años y estoy intentando formar un grupo de siete u ocho personas de más de 90 años para intercambiar la experiencia de por qué y cómo hemos llegado a una edad tan avanzada. Seguramente hablaremos de la relación con la familia, con la sociedad, el descanso, la comida y cualquier otra cosa que nos resulte interesante y útil. Yo dejo abajo mi correo y por favor los que tengan interés escríbanme y ampliaré esta información”.

Parado frente a cámara, con una remera a rayas, un pantalón beige y un mensaje concreto, Alberto Chab se lanzaba al ciberespacio con la ayuda de una de sus nietas, Zoe, que a mediados de 2024, cuando lo ayudó a filmar y publicar el video en TikTok tenía 17 años.

—Para charlar de común acuerdo, interviniendo yo también con mis cosas, lo que en una sesión de terapia el terapeuta no puede hacer porque solo escucha y después, eventualmente, interpreta —aclara del otro lado del teléfono y pide que lo tutee “así no me siento viejo”.

—Le conté esto y ella me dijo: “Bueno, yo te hago un videito y conseguís la gente”.

Cuando su nieta publicó el video, lo que sucedió desconcertó a Alberto.

Desde mensajes de felicitación de personas de todas las edades y todos los puntos del país, hasta pedidos de que creara un grupo virtual para que pudieran participar en otras ciudades, en otras provincias.

—Un tsunami que yo no entendí y sigo, aún hoy mismo, sin entender. Una repercusión tremenda. Evidentemente debo haber puesto el dedo en la llaga en algo que estaba faltando y que nadie hacía: ocuparse de los gerontes.

Guadalupe Camurati tiene 26 años, es diseñadora gráfica “pero también productora, notera, periodista, depende el día”, y creadora de contenido digital. Cuando vio el video de TikTok de Alberto trabajaba para el portal de noticias de Luzu TV y, como tantos periodistas, quiso hacerle una nota a él y a los que formaran parte del grupo que quería crear. Quiso ir a una reunión, conocer a los integrantes y ser testigo de esa experiencia desde el inicio.

—Me contacté con Alberto en el momento que salió el video que subió su nieta, Zoe, que se hizo viral en TikTok, de la misma forma que se contactaron millones, un montón de periodistas y canales. En su momento una persona lo había ayudado y le puso una respuesta automática en el mail y me respondió con eso. No me di por vencida, esperé a que bajara un poco la ola y lo volví a contactar. Pasó un tiempo y me respondió él con su número de teléfono.

—Conseguí una filmmaker que fuera gratuitamente a grabar la primera reunión y me quedé yo también. Salí muy sensibilizada por todo lo que había escuchado. Todos los integrantes se estaban conociendo, fue muy fuerte para mí y para ellos. Y cuando terminó Alberto planteó que él quería difundir el proyecto, digitalizarlo, expandirlo para que se hiciera conocido y se replicara. A mí se me ocurrió digitalizarlo a través de un podcast y filmarlos, me pareció la manera más fácil en la que ellos podían acostumbrarse a la idea de las cámaras y las preguntas, y sacar clips de ahí para redirigir. Nadie había hecho un podcast de personas de 90 años, así que pensé que era una manera gratuita y fácil de difundirlo.

A partir de ese momento Guadalupe comenzó a ir a todas las reuniones, que son quincenales, a conocer a los integrantes del grupo. Y, un par de meses después, los empezó a grabar según los ejes y temas que veía que a cada uno le interesaba de acuerdo a las cosas que decía o planteaba en las reuniones, que siempre giran alrededor de una premisa, una consigna brindada por Alberto que oficia de coordinador.

Afinando esa idea, subiendo recortes de esos videos y contenidos a la cuenta de Instagram que ella creó, a la que nombró “Noventa y contando” y en la que ya tiene más de doscientos mil seguidores, trabajado completamente ad honorem —a pulmón, reenganchadas— junto a tres editoras de video para alimentar la plataforma, se volvió la host de la digitalización del grupo que creó Alberto y que, a partir de este año es alojado por una productora mayor para que ellas puedan poner en valor su trabajo y hacer que siga funcionando.

Además de convertirse en un proyecto laboral Guadalupe dice que fue adoptada por ellos como nieta postiza: “Yo no crecí con mucha referencia de abuelos ni con el amor de adultos mayores, lo fui generando, honestamente, con ellos, el año pasado, así que para mí fue muy transformador”.

Desde que se formó hasta hoy, el grupo de personas que vivieron el último siglo casi completo lleva unas 14 reuniones que solo interrumpieron por vacaciones. Las primeras las hicieron en un coworking de Vicente López, “una oficina enorme a todo lujo, donde nos servían café, tenían grabación, todo”, describe Alberto, pero luego, para facilidad de la mayoría de los integrantes que viven Capital, lo comenzaron a hacer en el SUM del edificio de Alberto.

—La elección fue muy difícil, no porque no hubiera gente sino todo lo contrario, porque fue tal la cantidad de personas que quería ingresar a un grupo como este, que se ve que nunca existió en ningún lado, que había muchas propuestas, inclusive del interior, gente que me pidió hacerlo por las redes, pero yo decidí que por ahora solamente iba a ser presencial. Entonces, de 1500 correos que recibimos la primera vez, primero elegí a los que vivían acá cerca y podían concurrir; después separamos los que escribían por el abuelo, el tío o el amigo y dejamos a los que escribían por sí mismos; y después lo que tenían la lucidez suficiente, porque dado que íbamos a intercambiar cosas pensamos con mi pareja que tenían que ser personas lúcidas. A pesar de eso quedaron una cantidad. Después seleccionamos un poco al azar diez integrantes que son los que hay ahora.

—Y [en los encuentros] hablamos de nuestras cosas, de cosas serias. Ni jugamos al truco, ni tomamos el té, cada uno dice lo que quiere, a partir de ciertas premisas. Ya hablamos de la gimnasia, de la alimentación, de la relación con el entorno, de la sexualidad, que la gente joven cree que estamos marginados y no es así. Yo lo coordino, no hago ninguna interpretación de nada, simplemente pregunto, opino sobre lo que cuentan los demás y los demás sobre los que cuento yo.

Alberto compartió el suyo: cuando él comenzó a trabajar, hace 60 años, era terapeuta de chicos. Dice que siempre había disfrutado de trabajar con ellos y que estaba desbordado de pacientes porque hay —o había entonces— pocos analistas varones dedicados a las niñeces. Hasta que un día un niño de unos 7 años a quien estaba atendiendo le pidió ir al baño. Él atendía en su departamento, en el cuarto piso, y el baño tenía salida a un pequeño patio con una especie de balcón interno. Desde ahí escuchó la amenaza que le congeló la sangre: “Alberto, Alberto, me voy a tirar por el balcón”. Una correntada de sudor frío lo recorrió. No estaba dispuesto a averiguar si se trataba de un juego o si el niño podría en verdad saltar. Ningún libro le había enseñado qué hacer en esa situación y atinó a no responderle, a quedarse mudo, lo que al niño, que seguía con su amenaza, le extrañó. Eso logró que termine por acercarse al sitio donde estaba Alberto, que lo agarró rápidamente de la mano y cerró la puerta con llave.

Hoy, con 97 años, Alberto sigue atendiendo. Antes de esta conversación estaba con pacientes. Ya no lo hace diez horas por día, dice, sino diez horas por semana.

—¿Graban todas las reuniones del grupo?

Alberto cuenta que en diciembre hicieron “una reunioncita” en el SUM de su casa para despedir el año a la que los miembros del grupo podían invitar a familiares o amigos. “Y vos vieras la gente, estaba tan contenta, pero tan contenta de compartir eso con otros parientes, fue lindísimo”.

“Cuando tenía 87 años, es decir hace poco, me encontré con alguien por la calle que había conocido cuando yo tenía 14 y él 17, en Mar del Plata. Habíamos estado en un grupo viéndonos todos los días, en la playa, a la tarde. Y luego no lo había visto nunca más —dice Mabel, 92 años, en un video de Instagram—. Pasaron 72 años y de repente me lo cruzo en la calle y lo reconocí instantáneamente. Era un día que yo tenía mucho que hacer, venía de un coro, no tenía tiempo de saludarlo, así que seguí viaje a mi casa. Al día siguiente, caminando por el mismo lugar, lo volví a encontrar. Ahí tuve tiempo y entonces me paré, lo saludé y le dije: “¿Vos sos tal?”, “Sí, yo soy, ¿vos quién sos?”. Y ahí se ingenió para pedirle al nieto, a la hija, que me buscaran, me encontraron en Facebook, me mandaron un mensaje, nos comunicamos por teléfono y resultó la coincidencia que durante 40 años había vivido a una cuadra de mi casa. Parece cosa del destino. Nos empezamos a ver una vez por semana, a salir a caminar por el barrio, al Botánico, al Parque Las Heras, hasta que dos meses más tarde me dijo que me quería. Duró un año porque luego falleció, pero fue muy lindo”.

“Es que, ¿saben lo que pasa? Es una concepción universal, una concepción abierta. Yo puedo decir que soy ateo pero no dejo de ser judío. Parece una contradicción. Es una cosa interesante porque es una cosa ideológica, si se quiere una concepción social, una concepción divina”, reflexiona Jacobo “Fito” Fiterman (94), en el episodio del podcast que habla sobre ser judío y la religión en general.

Vivir una historia de amor adolescente a los 87; la religión; ejercicios para mantener las articulaciones lubricadas y flexibles; los embarazos deseados y el aborto; son algunos de los temas de los encuentros que luego se vuelcan en el podcast de “Noventa y contando” y en videos es sus redes. Un proyecto que superó con creces las expectativas de Alberto cuando le dijo a su nieta en esa cena que quería conocer personas de su edad para intercambiar experiencias. Cuando quería hacer algo lejos de la terapia, del análisis, que, de otra manera, también les resulta terapéutico.

La pregunta es infaltable. Quizás —seguro— un lugar común, pero infaltable. Antes de llegar a esbozarla, Alberto dice:

Y sigue con un argumento científico o, más bien, mostrando cómo todo, o casi todo, puede manejarse desde la cabeza.

Con este concepto, asegura, evita martirizarse pensando “por qué me habrá pasado esto a mí”. Así, en sus primeros 97, Alberto solo se pregunta qué misterio de la vida habrá hecho que fuera él el que “apretara el botón rojo” y se volviera, sin imaginarlo, artífice de este grupo que es un disfrute y lo mantiene, como tantas otras cosas, ocupado, joven y feliz.

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